Recopilación de las siguientes historias de ciencia-ficción:
"Los verdugos" (12 páginas),
"¡Aquí base Sahamis llamando a Jessie" (16 páginas),
"El misionero" (9 páginas)
"Agonalia" (8 páginas)

Primera publicación: 1979 y 1980 en la revista "1984"de Toutain Editor

Reeditado por Glenat. Ejemplares disponibles en:
www.edicionesglenat.es


LA DIALÉCTICA CRUELDAD-TERNURA
EN LA ESTÉTICA DE CARLOS GIMENEZ

Por Carlo Frabetti

La ciencia-ficción ha sido siempre uno de los filones temáticos predilectos del cómic, y ello por razones fáciles de entender:
Por una parte, concede al dibujante mayor libertad expresiva que otros géneros, dándole la oportunidad de crear un universo gráfico propio con un mínimo de condicionamiento.
Por otra parte — y en estrecha relación con lo anterior—, las enormes posibilidades visuales de muchos temas de ciencia-ficción la convierten en un género especialmente idóneo para la expresión tebeística.
El cine ha tenido que desarrollar sofisticadas técnicas de realización y contar con elevados presupuestos antes de poder explotar a fondo la riquísima y sugestiva imaginería de la ciencia-ficción. Con cintas como 2001, El planeta de los simios, o, más recientemente. La guerra de las galaxias, que (cada una a su manera) basan su eficacia escénica en complicados y aparatosos (amén de costosísimos) efectos especiales, se ha ido librando al cine de ciencia-ficción de una limitación estética que el cómic nunca ha sufrido. Para mostrar una civilización alienígena convincente, el cine ha de recurrir a verdaderos alardes de tecnología y financiación, mientras que a un Alex Raymond le bastaba con una hoja de papel y un poco de fantasía.
Pero esta misma facilidad del cómic para explotar las posibilidades plásticas de la ciencia-ficción ha sido, en cierto modo, un obstáculo para su afinamiento expresivo, y en muchos casos ha contribuido a la trivialización del género más que a su desarrollo. Utilizar los recursos temáticos de la ciencia-ficción por su mero efectismo gráfico (monstruos horripilantes, imponentes astronaves, sobrecogedores paisajes de otros mundos) ha sido y sigue siendo una tentación constante para el cómic, y, tanto al nivel de las historietas más despiadadamente comerciales como entre los productos con pretensiones, abundan los ejemplos de utilización groseramente pretextual de las puestas en escena y los símbolos fantacientíficos.
Lo cierto es que pocos historietistas han utilizado eficazmente las posibilidades críticas y revulsivas de la ciencia-ficción, que sin embargo están en la base misma de su gestación y desarrollo como narrativa específica de nuestro tiempo. Y entre esos pocos es inevitable destacar de forma muy especial a Carlos Giménez, que, pionero tanto del cómic comprometido como del de ciencia-ficción, no es de extrañar que haya fundido ambas tendencias en una producción —cada vez más abundante y afinada— que se inscribe de lleno en la más combativa vertiente del género.
La ciencia-ficción, por el mismo hecho de que su recurso especulativo básico es la extrapolación, se presta de modo muy especial al planteamiento de situaciones límite, y a ello se acoge Giménez, en este caso, para llevar a sus últimas consecuencias el eterno tema de la Crueldad.
Hay que señalar que la incorporación de la crueldad (como elemento revulsivo) ha sido un logro gradual y nada fácil en la obra de este autor. En los planteamientos y en los personajes de Giménez, en su trazo mismo (como, por otra parte, en su actitud personal), casi siempre hay algo amable, cordial, risueño. Tanto por su personalidad como por su estética (si es que cabe distinguir entre ambas), Giménez es un autor propenso a la suavidad, incluso a la ternura, con el consiguiente riesgo de caer en la sensiblería o la edulcoración dickensiana. Pero Giménez no sólo ha sabido conjurar este peligro, sino que ha ido desarrollando un estilo gráfico-narrativo cada vez más contundente, cada vez más depurado y libre de, concesiones. Más aún: la propia dulzura de su trazo puede convertirse a veces en factor potenciador de la carga revulsiva de la historia, como ocurre claramente en El misionero, a mi entender lo mejor del álbum. En esta historieta, un grafismo amable y tranquilizador, casi de cuento de hadas, enfatiza de forma sobrecogedo-ra, por contraste, el horror, la absurdidad y la crudelí-sima ironía de la situación.
Difícilmente se podrían encontrar un estilo y un tratamiento que se adaptaran mejor al peculiar y corrosivo humor del genial escritor polaco Stanislaw Lem, en cuyos Diarios de las estrellas se basan las dos últimas historias del álbum; y, a la vista de los resultados, constituye para mí una gran satisfacción haber contribuido de alguna manera al encuentro artístico Giménez-Lem.
En cuanto a las dos primeras historias, trasposiciones futuristas de sendos relatos de Jack London, tal vez alguien pudiera pensar que — al margen de otras consideraciones— nos encontramos ante uno de esos casos, a los que antes aludía, de utilización pretextual, meramente decorativa, de los recursos de la ciencia-ficción. ¿Para qué trasladar una historia de náufragos a una astronave, o un episodio de esclavismo a un planeta lejano, si no es para justificar una ambientación gráfica más efectista?, cabría preguntarse. Pero una lectura mínimamente atenta de las historietas nos muestra que la trasposición no obedece a una intención esteticista o meramente actualizadora. De hecho, ambas historias se caracterizan por su sobriedad gráfica, lo que de por sí descarta el efectismo visual como posible motivación; en ambas abundan las pequeñas viñetas descriptivas integradas en escuetos y funcionales montajes analíticos (muy en la línea de Hom, una de las mejores obras del autor), y ni la tecnología avanzada ni los seres o paisajes extraterrestres sirven de pretexto para el alarde ornamental.
La ambientación futurista juega en este caso un papel nada pretextual, sino poderosamente revulsivo: la carnicería perpetrada en el marco de una gigantesca astronave, maravilla del progreso tecnológico, se vuelve, por contraste, mucho más brutal y absurda; como doblemente absurda y brutal resulta la crueldad de unos aventureros capaces de cruzar el espacio interestelar, pero no la frontera que separa la codicia de la solidaridad y el respeto a los demás seres pensantes.
Como en toda la buena ciencia-ficción, estas historias de Carlos Giménez entrañan una reflexión sobre el llamado progreso y sus riesgos implícitos, sobre la ambivalencia de una tecnología que, aunque potencialmente redentora, puesta al servicio de la dominación se convertiría —se está convirtiendo ya— en una fábrica de pesadillas.
Como en la delirante parábola que cierra el álbum, el hombre puede hacer del «progreso» la más abyecta cámara de los horrores, y encerrarse en ella por su propia mano.
Carlo Frabetti