Serie realista compuesta por 51 historias distribuidas en 6 álbumes:
Historias de sexo y chapuza
Historias de sexo y chapuza 2
Historias de sexo y chapuza 3
Sexo y chapuza 4. Póntelo, póntelo
Sexo y chapuza 5. Pico de oro
Sexo y chapuza 6. Talla especial
Primera publicación: 1989 en la revista "TOTEM el comix"

Reeditado por Glenat. Ejemplares disponibles en: www.edicionesglenat.es

 

Artículos:

LA COMEDIA DESPIADADA
Por Ana Salado

CARLOS GIMÉNEZ Y EL ESPERPENTO
Por Rafael Conte

CARLOS, EL CAUDAL
Por Ramón J. Márquez. Ramoncín

 

LA COMEDIA DESPIADADA
Por Ana Salado

Si es cierto que todo autor no crea a lo largo de su vida más que un solo libro, en el caso del historietista Carlos Giménez ese libro estaría dividido en dos capítulos bien diferenciados. Uno, el de la aventura, el exotismo, la acción, la fantasía; otro, el de la reconstrucción biográfica y social, el de la observación de los seres humanos en su vida cotidiana, en su conducta de andar por casa.
Hacía ya bastante tiempo que no llegaba a las librerías una nueva muestra de cuanto Giménez tiene que decirnos —y seguro que es mucho aún— a este último respecto. Desde la publicación, hace cinco años, de Rambla arriba. Rambla abajo, cuarta entrega de la serie Los Profesionales, y del relato de amores frustrados de Romances de andar por casa, los pasos de nuestro autor parecían encaminarse de nuevo por la vía de la épica, continuando con la reconstrucción de la vida de un famoso Bandolero, o con las hazañas pequeñas de una pequeña princesa espacial —Una infancia eterna—, un camino que Giménez iniciara hace ya décadas y del que han quedado en el recuerdo historias como las de Dani Futuro, Koolau el leproso. Erase una vez en el futuro, Hom...
Con Historias de sexo y chapuza, Carlos Giménez ha puesto fin a su silencio como cronista de lo cotidiano y, retomando en clave de humor su indagación de los héroes sin más hazaña que la de vivir, nos conduce de nuevo, hábil y sutilmente, por entre los recovecos de nuestra conducta... ¿amorosa? Mucho me temo que el lector de este álbum, al cabo, no dude en aplicarle más bien el calificativo de sexual.
Porque, frente a los amores apasionados, fatales, que se narraban en Romances
de andar por casa, aquí Giménez va de ¡igue, trocando en comedia, comedia sar-cástica y feroz, lo que antes fue tragedia sublime. De su mano nos sumergimos — cuan acertado el título del álbum— en el universo de la chapuza erótico-sentimen-tal: cruce de cuernos, asedios a la asistenta, eyaculaciones precoces, preservativos que se caen, cazadores cazados... En suma, hombres y mujeres haciendo lo que la mayoría hacemos en la mayor parte de los casos, no lo que queremos, sino lo que nos sale.
Sin duda, la de Giménez es una visión escéptica, desmitificadora; una visión en la que no caben los triunfadores. Porque nadie se libra de pisar, cuando vuelve, quizás ufano, a casa, después de una correría, la caca que su propio perro dejó en la calle un poco antes.
Alguno creerá quizá entrever en esta obra una concesión a la «historieta de culo y tetas». Ése se habrá enterado de muy poco. No se trata aquí de provocar babeos lividinosos ante la contemplación —para la que el autor ofrece, por cierto, muy pocas oportunidades— de los siempre abundantes y orondos atributos femeninos con que Giménez dota a sus heroínas, sino de apresar y subrayar, despiadadamente, la comicidad, el disparate, la insignificancia, la vanidad, la incapacidad, la frustración, el absurdo y la enseñanza que encierran los deseos humanos.
Se trata de recordarnos la chapuza inevitable de la vida. Una chapuza sin principio ni fin. Una chapuza por episodios.

 

CARLOS GIMÉNEZ Y EL ESPERPENTO
Por Rafael Conte

Hace ahora más o menos un año que Carlos Giménez publicaba la primera entrega de estas Historias de sexo y chapuza en las que, encadenando relatos cortos, daba una nueva vuelta de tuerca a su fértil trayectoria como uno de los autores de historietas -o «comics»/ nunca he sabido cómo decirlo- más importantes que tenemos. Estas historias, de las que ahora aparece este segundo volumen, se inscriben dentro de la zona realista de su obra, de la que forman parte títulos tan memorables como los de Paracuellos, Barrio, España una, grande y libre, los Romances de andar por casa y la serie de Los profesionales, con el excepcional volumen de Rambla arriba, Rambla abajo, donde introdujo el metarrelato en el mundo de la historieta con espléndidos resultados. La otra vertiente de su obra, la de las historias clásicas, bien de aventuras, bien de ciencia-ficción, en la que ha dado obras tan notables como Dani Futuro, Cringo y Delta 99, así como las terribles fábulas de Koolau el leproso, Hom o Érase una vez en el futuro, configuran la otra cara de la moneda, de su luna o de su mundo/ que completa su universo de creador, pero que por esta vez habrá que dejar aparcado, sugiriendo únicamente que quizá de estas últimas aprendió el adolescente Carlos Giménez el gusto por la aventura, por los contenidos, por el ritmo y la narratividad en suma, que también resplandecen en la otra cara, en la zona realista -y para mí perfectamente esperpéntica- de su obra.
Lo gracioso del caso es que a estas alturas el realismo parece haber pasado de moda, sobre todo tras el fracaso de las utopías y el descrédito de los compromisos, pero no resulta menos curioso pensar que ese realismo, disfrazado de uno u otro modo, se nos cuela de rondón cuando menos lo esperamos. Se ha dicho, por ejemplo, que el realismo en la actual novela española se ha refugiado en las faldas de las mujeres, que los «minimalistas» norteamericanos se autodenomi-nan «realistas sucios», y que hasta en los mejores «best-sellers» al uso se describen con toda minucia los más característicos y diminutos detalles de un hipotético realismo para mejor «retratar» -en fotomatón- a espías, narcotraficantes, terroristas y conspiradores de todo tipo. El primero de los realismos citados resulta reivindicativo -con lo que ya deja de serlo un poco-; el segundo, parcial y limitado, y el tercero, absolutamente falso. Hasta uno de los últimos narradores norteamericanos, el judio Haroid Brodkey, el autor de esos maravillosos Relatos a la manera casi clásica, habla ni más ni menos que de un «realismo relativo»: no podía ser menos dado el peculiar humor de su raza.
En España, curiosamente, uno de los últimos refugios del realismo es el cómic, y entre sus cultivadores, el más fino, potente y eficaz, el que mejor lo conserva y trata -y hasta maltrata- es precisamente Carlos Giménez, este madrileño que no se despinta nunca de serlo hasta cuando pasea por las ramblas barcelonesas. El suyo es un realismo acerado, caricaturesco, tierno y demoledor a la vez, y además cargado de un poder narrativo inigualable. A mi modo de ver, se trata de un realismo concentrado, como en pildoras -homeopáticas, desde luego-, donde la capacidad del trazo plástico, de una increíble potencia, pues conserva en su interior un insospechado academicismo autocriticado, se desborda en la explosión de cada viñeta, se atiranta en los rostros, en las risas y hasta en las lágrimas, se concentra en senos y nalgas, y termina fugándose por los pies y las manos de todas las extremidades. Es cierto que cada una de estas figuras integra en sí una caricia y un latigazo, y permite a cada lector encontrar lo que le apetezca, su respectiva algolagnia, por activa o por pasiva, que así llaman los pedantes al sadismo y al masoquismo, con permiso de Donaciano Alfonso Francisco, marqués de Sade, o del señor Leopoldo de Sacher-Masoch, vive el cielo y cómo andaban las aristocracias por aquellos tiempos.
Pues al final -o en medio, o quizás en un principio, que cada cual elija lo que mejor le venga- viene después el texto, donde explota al máximo el madrileño puro, uno de los escasos lenguajes populares que mejor han entrado en el realismo de todos los tiempos. Pues esa extraña esquizofrenia que existe en la teoría del cómic entre guionista y dibujante para saber quién es el verdadero autor, Carlos Giménez nos lo da resuelto no de una tacada ni en dos patadas, sino haciéndolo todo a la vez, en la insistencia visual y el encarnizamiento textual de cada una de sus viñetas, repletas de detalles peculiares, de minucias exageradas, de particularidades tan significativas que hubieran hecho las delicias de un Stendhal, por ejemplo, aquel que siempre pedía «los detalles exactos». Tanto en lo visual como en lo verbal, Carlos Giménez es un escenógrafo impresionante, aparte de un narrador a toda prueba, capaz de cortar, montar, empalmar imágenes y diálogos con la mayor sencillez y brusquedad posibles, sin que se note, salvo cuando sea necesario. Aquí el resplandor de su exactitud es tan ominoso que todo nos parece exagerado sin serlo: como en Valle-Inclán, como en el esperpento, tras las huellas de Quevedo y Goya, de Buñuel también. El humor es asimismo español, madrileño y esperpéntico, y en cada una de las historietas el gato viene con el cascabel colgado de la cola ya, dispuesto a disparar sus garras. Por cierto, en el antiguo lenguaje castizo, a los madrileños se les llamaba «gatos», por si acaso.
Una vez más, Carlos Giménez nos trae unidos el sexo y la chapuza, en un sintagma lingüístico gigantescamente feliz, pues aunque él haya sido el primero en decirlo, estas dos nociones han estado, están y posiblemente -probablemente-estarán estrechamente unidas en esta España de nuestros pesares. Para decir «chapuza», los franceses dicen «bricolage» y algunos ridiculos a la violeta hasta escriben y publican manuales al uso para bricolar más y mejor. Pero ¿cómo unir sexo y bricolage, cuál es el lugar del destornillador, del martillo, de los clavos -de Cristo-, del cepillo y las virutas o hasta de la «Black-and-Dekker» de estos tiempos de paro convergente con Europa? Dejemos al bricolage en paz, y volvamos a la chapuza, que es nuestra verdadera razón de ser, y al sexo, esa realidad esperpéntica que es la nuestra. El sexo en España se ha dicho que era pecado -hasta milagro en alguno de sus lugares-, pero lo cierto es que en general lo que ha sido y es, es una verdadera chapuza. ¿Y qué podría suceder ahora, con eso de la libertad sexual y la liberación de la mujer -la del hombre todavía no ha llegado, pues es la más difícil, la que sólo depende de él-y el liberalismo de los comportamientos y costumbres? Pues aquí nos cuenta Carlos Giménez, con sus eficaces dosis de sal, pimienta y alioli, sus trazos esperpénticos y sus diálogos tan escasamente imaginarios que no nos dejan dormir en paz pues siempre nos devuelven a lo mismo, que más o menos todo sigue igual.
Pues el problema, tanto para la chapuza como para el sexo, es otro. Una chapuza es una obra de mentirijillas, una apariencia de verdad apuntalada con alfileres, más o menos como nuestro sexo histórico (histérico), que siempre ha sido algo oculto, clandestino, reprimido por fuera y por dentro, disfrazado, disimulado, hipócrita y mendaz. Al fin y al cabo, tanto en la chapuza como en el sexo el problema es otro, es el de la verdad y la mentira, como aquí se verá una y otra vez. ¿Una y otra? Bueno, no, exactamente siete, como los días de la semana, como los pecados capitales, como las setenta veces que hay que repetir ya no recuerdo bien para qué: la mentira del amor que se ofrece y se niega, la de los consejos del cobarde, la de los falsos amigos, la del amor que tropieza con un mundo tan tierno que hiere, la de los encontronazos inexistentes, los engaños a través de los culos, los abrigos que no abrigan (gabardinas que no gabardinan lo suficiente), o la de la luz y las tinieblas, que es donde mejor se fornica sin saber cómo ni a quién. ¿Cómo hacerlo entonces bien?
Creo que Carlos Giménez ha encontrado aquí un filón, una nueva veta para su realismo esperpéntico, repleto de humor y ternura, deformante y radiogra fiante a la vez, en el que el germen autobiográfico de Paracuellos o Barrio se extiende a todos, esto es, que puede y de hecho será algo común a todos sus lectores, que aquí se reconocerán, se criticarán, se divertirán riéndose de sí mismos, que es una de las más saludables maneras de poder seguir viviendo en esta miserable Jungla de televisores basura, ensuciaplatos automáticos, amores y odios más o menos «light» -creo que lo «light» es el objetivo final, la diana contra la que apuntan todas estas historias-, coches biodegradables y medios de contaminación de masas que no perdonan. Felicidades.

 

CARLOS, EL CAUDAL
Por Ramón J. Márquez. Ramoncín

Una mujer golpeada/ violada, pidiéndole a su verdugo un beso/ un beso largo/ profundo; sonriendo ante tamaña brutalidad y llevando hasta el final la sed de venganza de todas las mujeres que/ como ella, han padecido el execrable acto de la violación.
Sólo Carlos Giménez es capaz en una sucesión de viñetas perfectas/ únicas/ inimitables e irrepetibles^ de transmitir tanta angustia/ tanta pasión^ una rabia desmedida y un sentimiento de solidaridad y compromiso sin recurrir a los tópicos comunes de cualquier medio de expresión/comunicación.
Si el cómic es un arte/ que lo es/ en Carlos Giménez tiene a uno de sus más importantes artistas. Este creador ha conseguido con el paso del tiempo ser cada vez más fresco, más vital/ más claro y más comprometido. Si antaño la España grande y 1¡bre/ los veinticinco años de paz/ las Ramblas del franquismo/ Paracuellos/ el queso y la leche americanos^ las bombas de la ultraderecha/ la represión/ la angustia/ la falta de libertad y la necesidad de expresarse a pesar de la escasez vital, imbuían a este diamante de una gran capacidad para transmitir sus sentimientos a través del dibujo y la palabra; hoy/ la vida coti-diana/ el sida/ el desempleo^ el desengaño, las bombas de la ultraizquierda/ la angustia/ el exceso de libertinaje^ han llevado a Carlos Giménez al paraíso de los grandes.
Historias de sexo y chapuza 3 recoge una serie de historietas que reflejan el malestar social a través de las más cotidianas peripecias: La novia que pone los cuernos al novio en la víspera de la boda/ el ligón que presume de pichabrava y que es incapaz de hacer sentir lo más mínimo a sus ocasionales 1¡gues/ el homosexual que se confiesa a su mejor amiga/ la soltera embarazada por un negro en una nabería y la soberbia historia, antes mencionada, de la violación; son una muestra de la fuerza vital del querido Carlos. Cada día más vivo, Giménez transmite al lector una realidad casi virtual y se recrea con absoluto placea tanto para él como para el que se asome a estas páginas, en su conocimiento, no sólo de una técnica depuradísima, sino también de la realidad social de un país en horas bajas.
Resulta especialmente gratificante comprobar cómo Carlos Giménez le toma el pulso a su propia vida y deja retazos de su existir en cada línea de texto y en cada viñeta. SÍ no se lo han contado, lo ha vivido. Si no le ha pasado, le pasará. Si no lo ha vivido, estén seguros de que lo vivirá. Cualquier personaje, cualquier calle o plaza, bar, lugar, nombre o persona que pase cerca de Carlos se quedará en su retina y será revelado de forma realista y revitalista en algún pasaje de las historias de Carlos Giménez.
Llenar de elogios un prólogo debe ser de lo más natural, por razones obvias, claro está; pero elogiar a Carlos Giménez va mucho más allá de dar jabón o de devolver una pequeña parte de su amistad; es, simplemente, una cuestión de sentido común, justicia y sensibilidad.
El álbum que nos ocupa debe ser leído y visto con regusto, con agrado y placer, despacito. Hay que reírse con ganas, enrabietarse, ponerse nostálgico y dejarlo cerca para disfrutar de tanto caudal en cualquier instante.
El cómic en España siempre ha sido bueno e importante, y mientras Carlos Giménez siga, contra viento y marea, en este punto cardinal del arte, cada día lo será más.